divendres, 23 d’agost del 2013

Laura.

Laura entra lentamente al cuarto de baño y cierra la puerta con pesadez. Es la primera vez en varios días que se encuentra sola en casa, que no tiene que fingir estar bien delante de nadie. Se quita muy lentamente la ropa, que se desliza pesadamente sobre su cuerpo. Se desprende de pulseras, pendientes, reloj y gafas, realizando movimientos monótonos y taciturnos. Lo amontona todo sobre la pila del baño, formando una pequeña montaña de abalorios innecesarios.

Mete un pie en la bañera, y luego el otro. Enciende la alcachofa sin mucho ánimo y la fría temperatura hace que su pequeño cuerpo desnudo se estremezca. La templa un poco y se deja acariciar por el agua, que ya tiene una temperatura más agradable. Se enjabona el pelo y el cuerpo como si estuviese duchando a otra persona incapaz de hacerlo por ella misma, con estima y delicadeza, deteniéndose en cada repliegue de sus imperfecciones y queriéndose, sobretodo queriéndose. Y así, sin enjuagar, se sienta en una esquina de la bañera, abrazada a sí misma, mecida por un ligero temblor no sólo causado por el frío.


 La posición fetal en la que se encuentra le reconforta. Necesitaba un abrazo, y aunque se lo tenga que dar ella misma, es agradable. Apoya la nariz en una rodilla y la mueve un poco en una especie de caricia, regalándose un cariño que él no ha sabido darle. Con las manos se frota suavemente las piernas, hundidas en la espuma que ha proporcionado el jabón. 


Laura está aprendiendo a quererse a sí misma, y le resulta agradable descubrir que su propio afecto le puede satisfacer. Es una chica independiente y autosuficiente en todos los aspectos, y en el emocional no iba a ser menos. Ha dejado de creer que necesita el amor de otra persona para ser feliz, y la soledad de la bañera no le parece tan abrumadora como antes.